Los maestros (y sobre todo las maestras) se convertían en unos segundos padres, intentando inculcar conocimientos y educación.
La escuela se regía con sus normas, como una casa más. Todos los días había que prender la lumbre, tarea ésta que se hacía de forma rotatoria entre los niños, lo que aprovechaba algún travieso para hacer una buena "humera" y retrasar así el comienzo de las clases. Todos los niños debían traer su parte proporcional de leña para la escuela y se debían preocupar también de limpiar o más bien de no manchar, a la entrada dejaban alineadas las albarcas para que no estorbaran en clase.
Hoy casi todas esas escuelas se han convertido en centros sociales para uso de los vecinos. En Castrillo tenemos la suerte de que, paradójicamente, al no haber sido rehabilitada, se ha conservado tal y como estaba, con los defectos que eso tiene, pero a la vez mantiene en su interior todos los elementos de la antigua escuela: pupitres, tarima, libros, la esfera del mundo, los mapas, la estufa, e incluso la leña que se quedó amontonada para un invierno que nunca llegó.
A alguno se nos ha metido en la cabeza que ya que está ahí, podríamos aprovechar e intentar limpiar y acondicionar un espacio con tan buenos recuerdos para que pueda ser visitado, y seguir así educando a los hijos y nietos de los que allí estudiaron.
De momento han comenzado las obras de reparación del tejado como veis en la primera foto.
2 comentarios:
Siempre se ha dicho que no empieces la casa por el tejado, en este caso creo que es válido, las goteras acaban con todo.
Otra de las travesuras típicas (míticas dicen ahora los chavales) era la de hacer una trampa a la maestra cuando en las grandes nevadas se espalaba el sendero para ir a la escuela. Siempre ha habido traviesos y travesuras.
El cierre de las escuelas supuso la puntilla a la alegría de los pequeños pueblos.
Qué ilusión me ha hecho ver la escuela donde aprendí a leer.
Qué grato recuerdos tengo de alguna de las maestras que tuve.
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