En el monte de Agudedo, al Norte de la comarca de Valdelomar y a mitad de camino entre nuestros pueblos y San Cristóbal del Monte se encuentra una zona conocida desde siempre como el Sestero de Valdelomar.
Hasta hace no muchos años, en esas tierras cerca del Mardancho las gentes de los cuatro pueblos disponían de una zona comunal para que sus ganados “sestearan”, es decir pacieran y descansaran en las largas tardes del verano. Mucho ha cambiado la fisonomía de ese lugar. Si preguntamos a nuestros padres, nos dirán que en lo que ahora es una sucesión de monte bajo y “rebollas”, antaño era una amplia zona de pasto mantenida por la labor desbrozadora del ganado. El paso de los años y el abandono de la actividad ganadera en nuestros pueblos, han dado por resultado que lo que hasta hace bien poco era un terreno limpio y despejado se haya convertido en una verdadera selva surcada tan sólo por los cortafuegos que protegen los pinares plantados por el ICONA en la década de los 50 del siglo pasado.Hay quien afirma que esa actividad repobladora emprendida con un gran despliegue de medios animó, o más bien ayudó a la emigración masiva que se produjo en toda la comarca en aquella época. Hay que tener en cuenta que todos los habitantes de Valdelomar dependían en gran medida de los ingresos obtenidos por la ganadería, no sólo directamentamente por la venta de sus productos (lana, crías, animales de tiro) sino en la economía cotidiana como fuerza de labranza y con el aprovechamiento de sus derivados. Al roturar los pastos y dedicarlos a la plantación de unas especies (las coníferas) de crecimiento lento, y por lo tanto con unos rendimientos difusos y muy lejanos, nuestros padres o abuelos, por si no tenían bastante claro ya el poco futuro de su vida en esas adversas condiciones , se plantearon buscar una salida para sus familias en las zonas industriales que por aquel entonces empezaban a florecer en los arrabales de las cercanas ciudades.
Para hacernos una idea del número de cabezas de ganado del que estamos hablando, baste señalar que sólo en Castrillo estaban contratados dos pastores, uno para las vacas y otro para las ovejas y cabras. Quizás alguno de los que lean estas líneas se acuerden del señor Lucas y de Leovilgido, que fueron de los últimos que desempeñaron su trabajo en el pueblo. El Concejo de cada pueblo los contrataba por un período determinado de tiempo y les ofrecía una vivienda. Cada vecino aportaba su parte del sueldo del pastor en función del número de cabezas de ganado que tuviera, aunque también recibían parte el sueldo en especie, disfrutando de los rendimientos que daba el ganado. Los pastores recogían todo el ganado en un punto concreto del pueblo bien de mañana y salían con él hacia la zona del río, donde pasaban todo el día de pasto en pasto. Al mediodía solían concentrarse en la zona del sestero, donde descansaban unos y otros. Para tal fin, los pastores construían unos pequeños “chozos” o cabañas, hechas en piedra de manera muy rudimentaria pero efectiva, en las que podían refugiarse de las inclemencias metereológicas. Testigo mudo de aquella época es el chozo que aún puede verse a la vera de uno de los cortafuegos que circunda el pinar. Con el paso del tiempo, y al ir descendiendo el número de vecinos, y por lo tanto del ganado, la figura del pastor se volvió innecesaria, pasando ésta a ser desempeñada por los propios vecinos, rotándose entre ellos para cuidar los ganados de manera proporcional al número de cabezas que se tuviera, “tantas vacas, tantos días”, en un sistema que se conocía como la “vecería” o pasar la vez.
Parece ser que ya no habrá más pastores en Valdelomar, y los antiguos “Chozos” o se han caído, o son utilizados por los cazadores en los momentos de tedio de las batidas como improvisado refugio, pero a todos nos conviene saber que un día, (y no hace tanto) entre sus piedras se cocinaron los mejores arroces con leche del mundo (o casi).
No hay comentarios:
Publicar un comentario