Decir que la iglesia de Santa Leocadia de Castrillo de Valdelomar es uno de los mejores ejemplos del románico rural no es una exageración. No estamos hablando de un templo que destaque por sus dimensiones o por su decoración abundante y exquisita; todo lo contrario, aquí la austeridad es virtud y su humildad la engrandece aún más. Da la impresión que el encargado de construir la iglesia no hubiera querido alterar un entorno tan bello, y para ello se limitó a levantar un templo que más parece una continuación del risco sobre el que se asienta. Es como si un cantero modelara la piedra para poder hacer una iglesia; de hecho parte de su muro norte es la misma piedra arenisca sin labrar.
La iglesia en sí es muy modesta. En un principio era una sola nave terminada en el ábside semicircular orientado al Este, a Jerusalén, y anexa tenía una espadaña exenta, gemela de la de Santa María de Valverde. Posteriormente la espadaña se transforma en torre y en el lado Sur de la nave se la añade una sacristía y un portal . La decoración es muy sencilla, se limita a los capiteles de la ventana del ábside y a los del arco que separa el altar del resto de la nave, muy toscos y por lo tanto de poco valor artístico.
La roca sobre la que se sitúa es una necrópolis (siglos IX ó X) similar a otras que hay distribuidas por Valderredible. Impresionan sobre manera las tumbas más pequeñas, correspondientes a los bebés. 1000 años después todavía se imagina uno el sufrimiento de una población que excavaba en la roca su corta existencia. Las vistas desde aquí son maravillosas. Se domina todo el Valle de Valdelomar hasta Cezura; el hayedo de Peña Ahedo al Sur; un extenso bosque de rebollo y roble albar al Norte; y al Oeste, cerrando la vista, el Castro de Monte Bernorio y más lejos la silueta del Pico Curavacas. La quietud y la calma lo invaden todo y hacen de este sitio un lugar privilegiado para dejar pasar el tiempo y que vuele la imaginación.
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